SOSPECHAS Y SILENCIOS, de Dina Díaz. Ático Ediciones, 112 págs., Montevideo, 2006.
DINA DÍAZ (uruguaya, nacida en 1937) ha publicado la novela Una ventana para el pájaro (2005) y, en poesía, De los modos de morir (1986) y Desde este lugar otro (1991), incluidos en su nuevo libro, con algunas modificaciones y en orden inverso a sus fechas de publicación, precedidos por una sección titulada "Solo palabras".
El lector recorre los textos desde lo actual a lo inicial, mas no halla una voz juvenil, pues "De los modos de morir", última parte de este libro pero primer poemario publicado por Díaz, es ya una obra madura, por el dominio del lenguaje y la experiencia de vida que refleja. Las secciones sucesivas de este nuevo trabajo son progresivamente más extensas, pero los poemas del primer tramo, aunque breves, son más largos que los de los poemarios más antiguos, donde abundan los textos brevísimos.
En estos varios libros vueltos uno -no es mera yuxtaposición sino obra que ha venido creciendo de modo coherente- la palabra resalta silencios y sospechas duros de llevar, máxime si se toma en cuenta que la mayor certeza en estos poemas es la muerte.
El mayor silencio es el de las cosas del mundo, que no revelan ni sugieren a la autora ningún mensaje trascendente ("Una bandada de cisnes blancos atraviesa el cielo/ una bandada de cisnes blancos que atraviesa el cielo./ Qué mudez"), y le dicen sólo que seguirán allí luego de que ella muera. Con este silencio hace eco el de la voz lírica, que dice su sospecha de que la vida es nada más ir a la muerte, sin pasar por la felicidad, pero calla palabras de esperanza que en su garganta sonarían huecas. A modo de ejemplo: "Voy a relatar la historia de un hombre/ que nació cuando los vientos del invierno/ barrían las últimas hojas de los álamos/ y murió cuando las primeras flores del naranjo/ perfumaban el aire./ Es una historia breve/ aunque quizás, no se pueda contar otra".
Pese a afirmar la muerte, sospechar el sin sentido de la vida y callar una esperanza que no tiene, Díaz no compone un libro lloroso ni derrotado. Los modos en que elude hacerlo podrían considerarse sus mayores hallazgos.
En primer lugar, la muerte se presenta como inevitable y aceptada, pero nunca de buen grado. Más importante aún, el ser humano es contrastado con los animales, que parecen felices al no darse cuenta del silencio de las cosas (del que forman parte), pero sin envidiarlos y, sobre todo, sin desear renunciar a la conciencia. Las cosas del mundo, calladas a la hora de dar alivio metafísico a nuestra mortalidad, son presentadas con gran belleza, aunque impliquen crueldad, dolor, angustia e incluso muerte. Tampoco se envidia la posible -y tal vez ilusoria- felicidad ajena: "Esa dulce historia ajena/ me llega en ráfagas mansas./ Qué rotunda la felicidad/ aunque la traiga el viento".
Este es un libro de angustia, cierto, pero de angustia serena y hasta con toques de un raro humor, basado casi siempre en el sentido equívoco de las palabras ("Pierdo la cabeza dice/ y la ve a ella, su cabeza/ rodar, rodar").
Es un libro de muerte en el que algunos de los mejores textos (magistral, por ejemplo, el poema V de "Solo palabras", bello cuadro de amor y pobreza digna) cantan a la maternidad, aunque la autora sepa que parir es también parir la muerte.
Juan de Marsiglio
Suplemento cultural de El País, 1º de junio de 2007